Lesbianarium 20: "Gay friendly"

¡Mierda! Otra vez no, por favor. ¿Cómo es posible que haya vuelto a sentarme justo enfrente de esta tía? Esto es de locos, parece hecho a propósito. Al final voy a pensar que me tiene controlado, eso si a ella no le da por creer que la estoy acosando… Sólo espero que no sea una psicópata que me persigue día tras día mientras va urdiendo un plan para asesinarme.

No, no tiene pinta de psicópata, aunque un poco desequilibrada sí que parece. Muy bien peinada no va, desde luego, y tampoco veo que se maquille. No sé de dónde sale ni adónde va, lo único que sé es que siempre acabamos sentados frente a frente, y con ésta ya van por lo menos veinte veces en el último año y medio, que yo sepa. Quién sabe si me vigila desde antes, apostada en otra posición, o incluso desde un vagón contiguo.

De momento, creo que no me ha visto. Mejor, con un poco de suerte, el periodicucho que me han endosado en la boca del metro me tapará la cara hasta que ella se baje y podré seguir tranquilo. Parece muy enfrascada en su libro, así que quizá no me vea esta vez. ¿Y qué lee? ¿A ver? Ah, sí, el best-seller del sueco ese. Qué poca personalidad, los éxitos de ventas son para personas sin carácter que se dejan arrastrar por la masa porque carecen de criterio propio. Seguro que lo ha comprado en un centro comercial, con el pan y la leche. Veamos qué nos dice ese punto de lectura que asoma por la parte de arriba… Mmm… “Compli…” “Cómplices. Librería Gay Lesbiana”. ¡Hombre, lo que faltaba!

¡Joder! Me ha pillado mirándola otra vez. Tengo que ser más sutil, no puede ser que me quede embobado con una tía que ni siquiera me gusta. Y ella, ¿por qué me mirará? ¿Querrá ligar conmigo? Pero, ¿qué estoy diciendo? ¿Cómo va a querer ligar si resulta que le van las tías? Y entonces, ¿a qué vienen tantas miraditas? Una de dos: o no se aclara, o el libro no es suyo sino de alguna amiga suya comecoños que se lo ha prestado, con punto de lectura incluido. Al final va a ser cierto eso de que las lesbianas se pasan el día leyendo, aunque, bien mirado, más del ochenta por ciento de las mujeres de este vagón están leyendo ahora mismo. ¿Eso quiere decir que son todas lesbianas? Espero que no, ¡qué horror! Se acaba el mundo, vamos… En cambio, veo a pocos hombres leyendo, la mayoría están mirando a las mujeres, algunos con la indiferencia de quien mira hacia una pared mientras piensa en la hipoteca, en las notas del niño o en qué se yo; casi todos, sin embargo, lo hacen con lascivia, como diciendo “si te dejaras, te magreaba aquí mismo”.

¿Y yo? ¿Cómo la miro a ella? ¿Con indiferencia o con lascivia? ¿Existe alguna opción intermedia? Pero, sobre todo, ¿por qué la miro? Estoy seguro de que lo ha notado más de una vez, y de dos, como ahora mismo. Incluso hemos cruzado las miradas en varias ocasiones. Atención. Se mueve. Abre el libro. ¿Qué buscará? ¿Y ese anillo? Parece de plata y tiene unos grabados que no alcanzo a distinguir. Lo lleva en el dedo de la alianza, pero no es una alianza, al menos no como la mía. ¿Será su anillo de casada? Ni lo sé, ni me importa.

Aunque, tengo que reconocer que, para ser lesbiana, si es que lo es, no está mal. Quiero decir que no se parece en nada al tipo de mujer que me viene a la cabeza cuando pienso en una lesbiana. No es hombruna, ni se mueve rudamente, ni va vestida al estilo andrógino, a pesar de esos zapatos, que bien podrían formar parte de mi ropero. Y, ahora que me fijo, ese reloj que lleva también podría estar en mi muñeca.

En fin, nadie es perfecto, y si le ha tocado a ella qué se le va a hacer… Me da un poco de pena, seguro que no conoce la sensación de tener a un hombre a su lado que la proteja, que la cuide y la mime, que la lleve al cine, a cenar o a bailar y que le regale flores por su cumpleaños. Por cierto, ahora que lo recuerdo, se acerca San Valentín y tengo que encargar el ramo de cada año para mi Elvira. A ver si consigo llevarla a cenar y no me pone ninguna excusa esta vez. Siempre me sale con que está cansada. Cuando no es su trabajo son los niños, y si no, la casa. ¿Y yo? ¿Es que no tiene tiempo para mí, que soy su marido? Si este año pretende darme largas va lista, porque pienso decirle que la noche de San Valentín bañe a los niños, les dé la cena y los meta en la cama más temprano que de costumbre, que deje los platos en el fregadero, que ya los lavará al día siguiente, y que salga conmigo a cenar. Un día es un día, y el de los enamorados hay que celebrarlo por todo lo alto.

Y esta tía, que se olvide de mí de una vez, que ya está bien. Estoy cansado de toparme con ella en el metro y de jugar a las miraditas. Total, ¿para qué? Por lo que parece, nunca llegaré a tirármela. Que deje ya de mirarme, no tiene ninguna gracia ponerme cachondo y bajarse después en Passeig de Gràcia dejándome con un dolor de huevos insoportable.

¿Sabes qué, zorra? Que si no te lo digo nunca te enterarás, así que allá voy.

Oye, tú, a ver si dejamos ya el jueguecito de las miraditas, que me tienes más que harto. Eres una auténtica calientapollas. Tú y las que son como tú me dais pena, porque en el fondo os acostáis unas con otras porque sois unas frustradas.

Ella me mira atónita, con la boca abierta de puro asombro, mientras completo mi discurso.

Pero, mira, te voy a dar una oportunidad y espero que la aproveches. Toma mi tarjeta, y si alguna vez decides comportarte como una mujer de verdad, llámame.

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