“En este momento de su carrera, cuando ha conseguido todos los premios posibles y su música se escucha prácticamente en todo el planeta, ¿de qué se siente más orgullosa?” —pregunta la presentadora a la célebre cantante en un momento de la entrevista. Y la artista, que es famosa en el mundo entero, casi tanto como la sidra El Gaitero, se queda pensando durante unos segundos, consciente de que debería contestar lo que todos esperan, que se siente orgullosa de tener una vida de ensueño y un trabajo creativo, cantar, que le permite viajar por el mundo arropada por el cariño de su público; que está muy agradecida a sus seguidores por quererla tanto, pero que ella nunca se ha considerado una sex symbol; que sabe que algún día no muy lejano cambiará los escenarios por un hogar con un marido amante de metro noventa y abdominales prominentes y unos hijos rubios de mejillas rosadas, a ser posible la parejita, una niña con tirabuzones dorados y un niño de ojos azules con los pantalones siempre rotos de no parar quieto.
Mientras piensa en lo que debería decir, sus ojos se fijan en Dana, su representante y asistenta personal, y se pregunta qué sería de su vida sin ella. Dana la acompaña a todas partes desde hace más de diez años, le redacta los discursos para sus apariciones públicas, responde los mensajes de sus fans, le da ánimos cuando está derrotada, le quita moscardones y babosos de encima, le susurra elogios cuando se siente la persona más infeliz del mundo pese a tenerlo todo, y más de una vez ha evitado que cayera en las trampas asociadas al mundo de la farándula. Son tantas las cosas que Dana ha hecho por ella que no puede recordarlas todas, en parte porque las circunstancias la han obligado a obviarlas e incluso a olvidarlas. Piensa que si alguien la hubiera advertido sobre el precio de la fama jamás habría aceptado un pacto tan desigual.
—Disculpe, ¿desea que le repita la pregunta? —insiste la presentadora, al ver que la estrella está tardando más de lo previsto en contestar. Y la entrevistada, todavía ensimismada, asiente con la cabeza para ganar un poco más de tiempo.
—La pregunta es: ¿de qué se siente orgullosa la cantante y actriz Daydream en este momento dulce de su vida y de su carrera?
Pero Daydream sigue sin decir nada, a pesar de que Dana le hace señas desde una esquina del plató, absolutamente desconcertada por el comportamiento de su representada. “¿Qué le pasa hoy a Julia?” —se pregunta— “nunca la había visto así”. Dana se refiere a ella por su nombre auténtico, porque llamarla Daydream mientras le prepara el desayuno o le da un masaje para aliviarle la tensión le parecería descabellado. Dana siempre ha creído que, por mucha garra que tengan sobre el escenario, los nombres artísticos se desmoronan en la intimidad.
—¿Me ha oído, Daydream? —pregunta, una vez más, la presentadora, a lo que la artista contesta de inmediato, un poco contrariada.
—Sí, la he oído perfectamente, usted quiere saber qué me enorgullece como artista y como persona, y yo voy a decírselo ahora mismo, no se preocupe. Creo que ya es hora.
—¿Ya es hora? ¿De qué? ¿A qué se refiere? —la conductora del programa intenta exprimir el momento al máximo, siguiendo las indicaciones que le da el realizador a través del receptor que lleva en su oreja izquierda. Pablo acaba de informarla desde la sala de realización de que la audiencia ha subido dos puntos en el último minuto, a raíz de los titubeos y de la aparente desorientación de Daydream, así que la presentadora recibe órdenes de seguir por este camino y, si es necesario, poner el dedo en la llaga.
—Ya es hora de contestar a su pregunta, eso es lo que quiero decir. Pero para hacerlo necesito aquí a mi representante. Dana, ¿puedes venir, por favor?
La cámara número dos ya está enfocando a Dana mientras ésta se dirige al centro del plató con semblante preocupado.
—No hay problema —exclama la conductora, bastante sorprendida por el vuelco que está dando su programa. Sin perder la compostura, se dirige a la nueva invitada para indicarle que se siente al lado de la estrella—. Bienvenida, Dana. Bueno, Daydream, ya tiene aquí a su representante. Ahora, háblenos de lo que la hace sentir orgullosa.
—No lo hagas, por favor, no es necesario —se adelanta Dana al adivinar las intenciones de su representada. Pero Daydream está decidida y toma la mano de Dana entre las suyas antes de empezar su discurso.
—Sí que es necesario, no puedo más. ¿Es que tú no te ahogas?
—Perderás más de lo que ganarás con esto —contesta Dana.
—Me da igual, mientras no te pierda a ti.
—A mí siempre me tendrás, Julia.
—Entonces no tengo ningún miedo.
—¿Podemos saber de qué va esto, Daydream? —pregunta la conductora mientras se lleva la mano a la oreja para escuchar mejor el mensaje de realización, que le dice que la audiencia sigue subiendo sin parar.
—Esto va de mi vida —sentencia la artista, dispuesta a darlo todo en el escenario una vez más, quizá la última—, va de que todo el mundo tiene que saber por fin quién soy y cómo soy, va de que estoy cansada de fingir que soy feliz…
La presentadora, muy excitada por la primicia que le está regalando su invitada, la interrumpe para echar más salsa al asunto.
—Señoras y señores, no se pierdan esta declaración exclusiva: Daydream acaba de anunciar en directo que no es feliz. Y, díganos, ¿qué tiene que ver esto con Dana, su asistenta?
—Es ella —responde Daydream.
—Ya vemos que es ella —replica la entrevistadora con una sonrisa forzada— pero, ¿por qué ha querido que se siente con nosotras?
—Es ella de quien me siento orgullosa. Dana es mi salvavidas, mi compañera, mi amiga, mi confidente, mi única conexión con el mundo real… Es mi amor…
—Un momento —interrumpe de nuevo la presentadora— ¿está insinuando que Dana y usted son…?
Ahora es Daydream quien se apresura a cortar la pregunta de su interlocutora.
—Pareja, somos pareja desde hace nueve años y medio, y aunque no puedo decir que hayan sido los años más felices de mi vida porque no he podido disfrutarlos al cien por cien, sí que han sido los más soportables gracias a ella y sólo a ella.
La presentadora, pasmada y con la boca abierta de puro asombro, no da abasto a escuchar todo lo que el realizador, que se está volviendo literalmente loco, le está indicando, así que se lleva de nuevo la mano a la oreja, pero no para oír mejor sino para quitarse el receptor inalámbrico y dejarlo sobre la mesa. Mientras tanto, Daydream sigue hablando, parece que tiene prisa por contar todo lo que ha callado durante muchos años. Dana mira al suelo, incapaz de moverse por la emoción que atenaza su corazón y avergonzada por el rubor que invade sus mejillas.
—Dana, tú eres lo único de lo que me siento verdaderamente orgullosa en mi vida, y quiero darte las gracias por estar siempre junto a mí a pesar de que te he negado una y otra vez hasta el infinito. Pero eso se acabó. A partir de hoy serás mi mujer a los ojos de todo el mundo… Dana… ¿Quieres casarte conmigo?
Al oír la pregunta, Dana levanta la cabeza antes de contestar a Julia. Entre tanto, la presentadora llora en directo a través de la cámara tres.
—Yo ya estoy casada contigo, siempre lo he sentido así.
—Lo sé, pero quiero que sea oficial. Daremos una fiesta.
—No esperes que venga mucha gente.
—Con que estemos tú, yo y nuestras familias será suficiente… ¿Tienes pañuelos de papel, Dana? ¿Puedes darle uno a nuestra amiga, la presentadora? Perdona, pero ni siquiera sé tu nombre.
Entre hipos, lloros y suspiros, la entrevistadora contesta.
—… Me llamo Faye…
—Encantada de conocerte, Faye. ¿Vendrás a nuestra boda?
—… Me… encantaría…
—Entonces estás invitada. Y ahora, si nos disculpas, mi mujer y yo tenemos que irnos, nos espera una nueva vida y estamos ansiosas por comenzarla. Espero haber contestado a tu pregunta, Faye. Hasta pronto.
Faye asiente con la cabeza y se despide con una mano, mientras con la otra se suena los mocos y trata de secarse las lágrimas.
Julia, de nombre artístico Daydream, abandona el plató de la mano de Dana, su representante, su asistenta personal y, desde hoy, también su mujer oficial. El programa termina de manera inesperada, con la imagen de una presentadora desconsolada y con el rímel corrido justo antes de un fundido a negro que da paso a los créditos. Fuera, en la calle, la pareja sube a la limusina privada de la artista, que las lleva de vuelta al hotel. El móvil de Dana no para de sonar. La mayoría de llamadas son para anular contratos, giras, patrocinios y entrevistas.
—Te dije que tenías mucho que perder…
—No te preocupes, Dana, tenemos todo el dinero que necesitamos para el resto de nuestras vidas. Y además, si te soy sincera, estaba muy cansada de representar el papel de mujer objeto. Me siento bien, Dana, mejor que nunca. Y tú, ¿cómo te sientes?
Ahora es Dana quien toma la mano de Julia antes de contestar.
—Me siento orgullosa, muy orgullosa.
¡Feliz Día del Orgullo!
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