Hace muy poquito estuve charlando con una buena amiga, Lucía, de 65 años. Entonces me di cuenta de algo que me rondaba la cabeza hacía algún tiempo: las lesbianas de distintas generaciones tenemos mucho que aprender unas de otras. Y no me refiero solo a contar batallitas o darnos el secreto mágico del ligoteo, que también, pero es algo mucho más profundo.
El tesoro de la experiencia de otra generaciones
Lucía me contó cómo era ser lesbiana en los 70 en nuestro país. Madre del amor hermoso, qué valor. Mientras yo estaba quejándome porque a mi madre no le gustaba mi pelado, ella, literalmente, se estaba jugando el tipo por ser ella misma. La verdad es que lo que me contaba me dejó con la boca abierta: reuniones clandestinas, códigos secretos, el haber conocido los primeros bares de lesbianas… uf.
Fue entonces cuando vi claro que a veces damos por sentados derechos y libertades que ella tuvo que pelear. Lo que me contó me hace valorar mucho más lo que tengo y entender mejor la historia del colectivo.
La frescura de las ideas nuevas
Pero ojito, que esto no solo va de que las más jóvenes escuchemos. Me dijo que le asombraba que las chicas de hoy en día hablásemos tan abiertamente de nuestra sexualidad y nuestras relaciones. Según ella, eso en su época era impensable, y se le iluminó la cara cuando le hablé de los muchos recursos que tenemos hoy.
La conversación me hizo ver que también tenemos nosotras mucho que aportar: nuevas formas de entender el género, la sexualidad, las relaciones… Hay muchos conceptos desconocidos para las lesbianas más mayores, como “no binario” o “queer”, pero que abren sus horizontes también.
La relación entre generaciones une más
Me gustaría que hubiese más espacios para estas charlas. No me refiero a rollos de mentoría o similar, sino algo mucho más natural. Quedadas intergeneracionales en los colectivos LGTB, por ejemplo.
Claro que no todo es maravilloso y fantástico. A veces cuesta entenderse. Hay choques de valores, de formas de ver el mundo. Pero ¿no es eso lo que nos hace crecer? Salir de nuestra zona de confort, cuestionarnos, aprender a respetar visiones diferentes…
Al final Lucía me dijo algo que se me quedó grabado: «Ojalá hubiera tenido a alguien como tú cuando era joven». Y yo pensé: «Ojalá todas tuviéramos una Lucía en nuestras vidas».
Porque eso es lo que necesitamos: una comunidad donde todas las voces, todas las experiencias, todas las edades, tengan cabida y valor. Una comunidad donde el pasado alimente al presente y al futuro, y donde las nuevas generaciones impulsen el cambio sin olvidar de dónde venimos.
Es un reto, sí. Pero qué bonito, ¿no crees? Construir juntas un espacio donde todas podamos crecer, aprender y sentirnos parte de algo más grande. Porque al final todas remamos en la misma dirección: hacia un mundo donde ser lesbiana no sea una etiqueta, sino simplemente una forma más de amar y de ser.
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