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Son las 10 de la mañana y Maya Rudenko está a punto de llegar con su bicicleta a la casa de la playa, la que está pintada de color azul, la que se alza en lo alto de la cala. Recuerda a su marido y su fría despedida en el descansillo del edificio en el que viven, mientras corre con rapidez por el camino, moviéndose entre las piedras a trompicones. Maya Rudenko pedalea, y al hacerlo piensa que tal vez estaría bien preparar la sopa que le gusta a Yuri y entonces recuerda que tiene que comprar patatas y cebollas, algo de queso para el desayuno, cervezas para él… Por fin alcanza su destino. La puerta del jardín está abierta. Ante ella una casa pintada de azul, a su derecha una alfombra verde de césped y casi arrancando de sus pies, un camino de cemento con piedras lisas incrustadas que llega hasta el edificio anexo del garaje. Al principio, cuando empezó a trabajar en la casa, solía aguardar al otro lado de los setos porque la verja siempre estaba cerrada. Maya tocaba el timbre y Lola salía al jardín, pulsaba el mando a distancia y la puerta de la verja se abría. Entonces ella cogía su bicicleta por el manillar, y mientras la empujaba hacia el garaje, Lola la saludaba y la esperaba frente al portalón de la casa.

-Buenos días Maya. ¿Todo bien?

-Bues díes. Siniora. Todo bian.

-¿Qué día dejarás de llamarme señora? –solía preguntarle Lola.

-¿Pir quí?… No sé.

-Ya, ya. Yo sí que no lo sé. Mira que te lo he dicho veces. Llámame Lola, anda.

-Vale siniora Lola.

-En fin. Anda, pasa.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, no es extraño encontrar la puerta de la verja abierta de par en par. No es raro que Lola esté caminando por la playa a primeras horas de la mañana o que esté sentada en una roca frente al mar o que deambule por el jardín o bien que esté paseando por los alrededores. Por eso Maya se comporta como cualquier otro día. La llama. Grita su nombre, pero nadie contesta. Entonces entra en la finca atravesando el camino de piedras que conduce hasta el garaje y vuelve a llamarla.

-Seniora Lola-dice de nuevo sin obtener respuesta.

Maya Rudenko deja la bicicleta recostada sobre la pared del garaje y camina sobre la hierba hasta el portalón de madera de la casa. Busca a Lola en el jardín. Rodea el chalet y se dirige a la playa, pero ni rastro de ella. Entonces, regresa, pulsa el timbre de la puerta de madera y aguarda a que Lola abra, pero tampoco en esta ocasión obtiene respuesta. Maya se da cuenta de que está sola en la casa con la única compañía del sonido del mar y del graznido de algunas gaviotas que sobrevuelan la finca. Una brisa marina se levanta y agita las ramas de los árboles del bosque que rodea la casa emitiendo un sonido parecido al de una maraca repleta de arena. Maya supone que Lola está a punto de regresar de algún lugar que desconoce, se imagina que tal vez ha salido a caminar hasta el castillo como en algunas ocasiones y decide esperarla sentada en el peldaño de piedra, junto al portalón de madera de la casa, pero antes de dejarse caer sobre él, echa un vistazo al interior a través de una de las ventanas de la fachada principal, la que permite divisar el recibidor y parte del salón con su enorme ventanal que da al mar. Coloca sus manos sobre el vidrio para evitar que el sol le impida ver con claridad, luego apoya su cara sobre él y observa detenidamente. De pronto, su respiración se detiene, su corazón se acelera hasta que siente que está a punto de romperle el pecho. Aporrea la ventana…la puerta de madera con todas sus fuerzas. Grita. Vuelve a gritar. Maya gira sobre si misma y encuentra un macetero en el que se insertan unas margaritas anaranjadas. Lo coge con las dos manos y lo lanza con fuerza contra la ventana hasta hacerla añicos. Luego, salta al interior. Lola está en el suelo, inmóvil. Se acerca a ella y coloca la oreja junto a su boca y escucha…Nada. Sólo silencio. Abofetea su cara como ha visto hacer en cientos de películas.

-¡Siniora Lola! ¿Qui li pasa? ¡Pir favor, despierte!- grita.

Pero ella no lo hace. Lola continúa inmóvil en el suelo del recibidor, junto a la escalera, con uno de sus pies estirados, luciendo su pulsera tobillera de campanitas y con la otra pierna formando un ángulo de 45 grados. Las manos de Maya Rudenko tiemblan mientras busca el móvil en su bolso. Da vueltas y más vueltas pero no consigue dar con él. Sus dedos tropiezan con objetos que ella reconoce sin mirar. Un billetero, el llavero de su apartamento, un neceser, un paquete de caramelos, una cajita en la que coloca los Tampax, un tubo de crema… Ni rastro del teléfono. Por ese motivo, termina por dar la vuelta al bolso y desparramar todo el contenido sobre el parquet del recibidor mientras sus lágrimas caen en picado. Entonces todo sale sin orden ni concierto, rebotando unas cosas con otras hasta distribuirse sobre el suelo sin ton ni son. Por fin lo encuentra. Ha ido a parar al lado de un mueble bajo que preside el recibidor. Estira su brazo y lo coge. Piensa. Piensa con rapidez. 112. Tiene que llamar al 112.

-Emergencias, dígame.

-Envíen alguien. Pir favor.

-¿Qué ha pasado?

-Envíen alguien. Pir favor.

-¿Con quién hablo? ¿Cómo se llama?

-Maya. Pir favor, envían médico -responde casi gritando.

-Dígame, ¿de qué se trata?

-Seniora no mueve-insiste gritando-Pir favor. Un ambulancie. Rápido.

-Vamos a ver. Maya, ¿verdad?

-Maya Rudenko. Señora, no mover. Estar suelo-grita.

-Cálmese por favor. ¿Dónde está usted?

-He llegado casa señora. Yo venir limpiar y no abrir. Mirar por ventana y ella en suelo.

-Maya tranquilícese. Dice usted que hay una mujer que no se mueve.

-No. No respirar. No mover. Yo ver pie por ventana. No mover. Casa cierada. No poder abrir.

-De acuerdo Maya, mire si…

-Yo romper ventana y entrar. No respirar.

-Tranquilícese, ¿vale? Necesito que se tranquilice para poder ayudarla. ¿De acuerdo?

-Sí. Compriendo.

-Maya, vamos a enviarle a alguien para que ayude a esa mujer. ¿De acuerdo? …Dígame la dirección.

-No sé nombre.

-¿Qué calle?

-No sé calle. Pir favor, seniora en el suelo. No respirar. Tiene sangre. Venir alguien.

-Maya, por favor, de verdad, tranquilícese y escúcheme. Busque el nombre de la calle. Debe de estar al principio, escrito en una placa.

-No es calle. Es camino al castillo.

-¿A qué castillo?

-A restos castillo en montanita. No sé nombre.

-Maya. Debería decirnos una dirección. No puedo ayudarla con esos datos.

-Pir favor. Hay piedras de castillo en alto montania. Gente va en bici. Junto mar. No sé nombre.

-¿El camino a las ruinas del Castillo de los duques de Cabezol?

-Sí. Coreto. Es camino al castillo. Una casa azul.

-Ya sé dónde es. La casa de la cala. Espérenos ahí. Le enviamos a alguien. Y tranquilícese por favor. Mis compañeros estarán ahí lo más pronto posible.

– Rápido. Pir favor.

Maya se acerca a Lola y aproxima de nuevo la oreja a su boca, pero continúa sin escuchar su respiración. Coge su fría mano y coloca los dedos en la muñeca sin sentir el pulso. Grita su nombre repetidas veces mientras abofetea su cara de nuevo, pero Lola sigue sin moverse. Diez minutos más tarde Maya Rudenko escucha la sirena de una ambulancia y luego contempla cómo se detiene frente a la casa, levantando una nube de polvo. Abre el portalón de madera y sale en busca del personal que baja de la ambulancia.

-Vengan. Es por ahí-dice señalando la puerta con una mano y llorando desconsoladamente.

Los médicos corren sobre el césped, transportando una camilla y cargando con dos bolsas enormes

-Señora tranquilícese. Ya estamos aquí-responde el más alto mientras se enfunda unos guantes de látex.

-Pir favor, vinir aquí.

-Vale. Tranquila. ¿Dónde está?

-Dentro de casa. Ahí. Señora está ahí. Estirada. No respirar. Tener sangre. Ayudar. Pir favor.

(Continuará)