Hoy queremos reflexionar sobre la reapropiación, un fenómeno en el que un texto o un término preexistente, es resignificado y reubicado en el espacio y el tiempo con el objetivo de desestabilizar una narrativa hegemónica sustentada en las relaciones de poder. Esta es la definición aproximada de la Wikipedia, pero lo entenderemos mucho mejor con ejemplos. Términos como maricón, puta o bollera, son casos muy recientes de palabras usadas originalmente con una intención despectiva, y que han sido reivindicadas y asimiladas por el colectivo que se pretendía atacar. De esta forma se le da la vuelta a la tortilla y se desactiva el insulto.
Reapropiación o cómo darle la vuelta a la tortilla
Es una ingeniosa manera de desmontar a nuestro desagradable y homofóbico interlocutor. Pero además, esta reapropiación del insulto se convierte en una reivindicación política. Al hacernos con una palabra y quedárnosla para nuestra causa, estamos abrazando aquello que otros han intentado utilizar para estigmatizarnos. De esta forma también dejamos claro que no sentimos deshonra ni vergüenza, sino todo lo contrario, por ese aspecto de nuestra identidad que han intentado exponer como algo humillante. El ataque queda automáticamente desmontado y se pone en evidencia a la persona que ha intentado causarnos daño.
Los insultos funcionan como la reputación o el dinero. Solo tienen valor si el grupo se lo da. Así que es el propio colectivo vilipendiado el que decide autodenominarse con ese término que es está usando a mala fe para ofender, el insulto deja de ser efectivo.
Queer, una palabra con un nuevo significado
El ejemplo más claro y efectivo de reapropiación lo encontramos con la palabra ‘queer’. Esta palabra se ha introducido con fuerza en el activismo LGTB+ en los últimos años. También está muy presente en la rama de la filosofía centrada en el análisis crítico de las orientaciones y las identidades sexuales hegemónicas. Hoy día lo leemos en todas partes: movimiento queer, teoría queer, activismo queer, ideología queer, cine queer, etc.
En las regiones de habla hispana, puede que no seamos muy conscientes de la dimensión de este término. Puede parecernos un simple anglicismo más como tantos tecnicismos que se adhieren a nuestro idioma cada poso años. Sin embargo, es una palabra que tiene una larga historia de reapropiación, ya que en su día fue un insulto tremendamente peyorativo.
Durante muchos años, se utilizaba despectivamente para señalar a las personas que no encajaban con la normalidad cis y hetero más hegemónica. Ni siquiera tenías que formar parte de del colectivo LGTB, para ser tachada de queer. Basta con que te atrevieses a desafiar el género, en comportamiento o en estética. No tiene una traducción exacta, pero podría ser algo así como desviado o rarito.
A finales de los ochenta comenzó a ser empleada por el propio colectivo LGBT. Al llegar al español, se ha perdido toda esa connotación negativa que tuvo el término en su origen, así que ha perdido una parte de esa fuerza reivindicativa que sí percibimos más claramente cuando usamos la palabra maricón o bollera.
Cuidado con los delitos de odio
Aunque la reapropiación sea un mecanismo de defensa y reivindicación muy eficaz, no debemos olvidar que la homofobia todavía existe y podemos sufrirla en cualquier momento. Aunque te definas como bollera con orgullo, otras personas pueden utilizar esa misma palabra con intención de insulto. Y esto puede ser delito de odio. Utilizar el insulto como bandera es una gran estrategia para crear comunidad y reafirmar nuestra identidad, pero sin olvidar nunca que cualquier ataque homófobo debe denunciarse.
¿Qué piensas tú de la reapropiación de los insultos? Nos encantará leer tu opinión.
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