Historias de 0 def

De repente la siente. Es una mirada que nace frente a ella, una mirada que atraviesa el cristal de una copa de vino, que se propaga a través de cientos de partículas de polvo en suspensión visibles a la luz del flexo que ilumina la cocina, que penetra por los poros de su piel haciéndola sentir extremadamente agitada en su interior. Olga empieza a respirar con dificultad, a necesitar exhalar el aire con fuerza por su boca para liberar todo el deseo que de pronto estalla contra las paredes de su sexo y que presiona su clítoris. Logra desafiar aquella mirada y entonces Orellana se le acerca y cuando logra darse cuenta está desnuda sobre su cama y tan solo escucha sus jadeos, y los de ella, entrecortados. Olga nota que su clítoris se agranda en la boca de Orellana, cuando su lengua resbala sobre él para después perderse en sus pliegues. Siente sus brazos rodeando sus piernas, sus manos avanzan hasta sus pechos. Sus cuerpos encajan, se friccionan, se contraen finalmente como si sufrieran una implosión. Luego el mundo desaparece y lo único que importa está en ese momento, entre esas cuatro paredes. Afuera la noche se apaga poco a poco y Olga se siente viva de nuevo, como una flor que renace en una maceta olvidada en una ventana. Después su cuerpo encuentra un lugar en el cuerpo de Orellana y allí se queda hasta que una luz gris se filtra a través de una rendija abierta en la persiana y entonces decide marcharse.

– Te acompaño.

– No. Me voy sola. Ahora seguro que encuentro un taxi.

– ¿De verdad que no quieres que te acompañe?

– Segurísimo. Ya me las apaño.

– Me lo he pasado bien contigo.

– Yo también- contesta Olga.

Orellana permanece en la cama. Una sensación de abandono se apodera de ella mientras observa cómo Olga se viste con sigilo para marcharse. Orellana se siente confusa. Deseaba que aquélla fuera tan solo una noche de sexo, pero tal vez ha significado algo más. Luego se incorpora, abre la mesilla de noche, extrae una tarjeta y apunta un número de teléfono. Se levanta y le acerca el papel.

– Mira, ésta es la tarjeta de mi bar y éste mi móvil. Ahora en Navidad estará cerrado y yo me marcho a Florencia a pasar las fiestas con mi familia, pero vuelvo después de Reyes. Espero que me llames. Vente un día. Estás invitada a montaditos de pecorino o de lo que quieras.

– Gracias. Te llamaré.

– ¿No me vas a dar tu teléfono?

– Deja que sea yo la que te llame.

– Pensé que te lo habías pasado bien conmigo- le dice Orellana

– Y lo he pasado bien, nunca me lo había pasado tan bien con alguien. Gracias.

– ¿Entonces?

– Yo te llamaré, por favor.

– ¿Me llamarás?

– Sí.

– Aún no me has dicho cómo te llamas.

Duda de nuevo, pero decide utilizar el nombre de su hija como en otras ocasiones.

– Lo siento, es verdad. Me llamo Laura. ¿Y tú?

De nuevo miente. Por un instante, Orellana había albergado la posibilidad de que le dijera quién era en realidad, pero no ha sido así. Se siente triste, ninguneada, menospreciada. Ella le responde.

– Yo me llamo Orellana- le dice.

-Encantada y gracias por todo. Me ha encantado conocerte.

Orellana la acompaña hasta la puerta.

– Bueno, ahora sí que me marcho. Adiós.

Antes de salir se acerca a Orellana, y le da un beso que quiere saber a despedida definitiva, que pretende ser como otros besos anteriores. Quiere seguir el mismo guión que siguió antes, cuando se perdió entre las sábanas de otras mujeres que se cruzaron en su camino, sin embargo, esta vez cuando sus labios se despegan de los de Orellana siente que algo se apaga dentro de ella. Como si de repente hubiera empezado a añorarla.
Mira su reloj, las 6. Sale con prisa del piso. En el camino hacia la calle idea una excusa que darle a su marido. Espera un taxi. Cinco, diez minutos. Siente que el tiempo corre en su contra. En una hora se despertará su hija y tendrá que prepararle el desayuno y más tarde la llevará a la (*)Fira de Santa LLúcia porque se lo prometió. Por fin, observa una luz verde a lo lejos que se acerca. Alza el brazo y el taxi se detiene a su lado. El viento de la mañana empuja un sinfín de hojas secas caídas de los árboles que se arremolinan a sus pies y entonces las observa atónita, porque de pronto se siente así, como si ese viento hubiera entrado en su vida y sus sentimientos se hubieran desbaratado creando remolinos en su interior.
El taxi emprende su marcha y asciende por las calles de Barcelona mientras Olga rebusca en su memoria las imágenes de la noche anterior, su encuentro con Orellana, la calidez de su casa, el sabor de su comida, la verdad de sus besos y abrazos y ese recuerdo la hace sentir en deuda con ella. Orellana le ha abierto su casa y ella a cambio, ni siquiera ha sido capaz de decirle cómo se llama. El taxi sigue su recorrido hasta dar con el portal de Olga. Ahí está su vida a la que regresa como una cenicienta cualquiera abandonando la fiesta, olvidando su zapato de cristal en un rincón de la cama de Orellana.

(Continuará)

(*) Mercadillo que se instala durante el periodo navideño en los alrededores de la Catedral de Barcelona y en el que se puede encontrar todo tipo de artículos para el belén o para adornar la casa.

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