Historias de 0 def

Cuando Orellana Mastrini llegó a Barcelona para estudiar filología hispánica nunca se imaginó que se quedaría para siempre, nunca supuso que aquel bar en el que trabajaba para poderse pagar la estancia acabaría siendo suyo. Pero lo cierto es que el señor Pujol, dueño de aquel local, meses antes de jubilarse le propuso que se quedara con él a cambio de pagarle un pequeño alquiler. Fue así como de camarera pasó a dueña y como sus compañeros se convirtieron en sus empleados y fue así, como al cabo de unos meses aquel bar ubicado en uno de los callejones cercanos a la Plaza Real de Barcelona, se transformó en una osteria florentina.

Orellana Mastrini convive con botellas de vino y quesos toscanos, con salamis, mortadelas, focaccias, con platos repletos de tostadas de pecorino, de paté de hígado a la florentina o de crostinis con ajo. Orellana corta quesos y los coloca en tablas junto a racimos de uva rosa y rebanadas de pan tostado, escancia vinos y sirve paninos de mortadela o salami, y así, un día tras otro. Sus jornadas son intensas y excesivamente trepidantes tanto, que ni siquiera le queda tiempo para pensar, tal vez por ese motivo, cuando Lucía salió de su vida, ni siquiera lloró un minuto. Ni siquiera tuvo tiempo de sentirse abandonada, de reconocer que tal vez había dejado escapar un tren que nunca regresaría a la estación de partida. Simplemente Lucía se marchó y Orellana se dedicó a seguir viviendo como si nunca hubiera existido.

El lunes Orellana termina la jornada y en cuanto sus empleados se marchan, revisa la despensa y la cámara frigorífica y llama a su proveedor de productos italianos, después se sirve un vino tinto y se prepara un crostini con peccorino, se sienta en la trastienda, alarga su mano, pulsa el botón de la radio y empieza a escuchar la Perspectiva Nietschi y siente que las lágrimas resbalan por sus mejillas porque de repente aquella canción de Battiato le devuelve a Lucía y a sus viejos discos que ya no están. La música se apaga suavemente y una voz emerge suave:

– Mientras sonaba esta preciosa canción de Franco Battiato hemos recibido una llamada que nos ha dejado sobrecogidos y que creemos que va a dejarles de igual manera a todos ustedes. Laura, buenas noches.

En la radio una chica explica su historia y rememora el momento en el que se dio cuenta de que le gustaban más los mujeres que los hombres, se acuerda de los cientos de conversaciones con amigas en las que se inventaba novios que nunca existieron, de una vacaciones en Lloret en las que una chica le dio su primer beso y por supuesto, habla del presente y del encontronazo con sus padres y de la negativa de éstos a aceptar su sexualidad.

Orellana escucha el número de teléfono del programa y lo marca. Segundos más tarde su voz se oye a través de la radio.

– Buenas noches Orellana.

– Hola, buenas noches.

– ¿De qué quieres hablarnos?

– Quería darle ánimos a la chica que acaba de llamar.

– ¿A Laura?

– Sí

– ¿Eres lesbiana?

– Sí. Pero eso no importa.

– ¿Por qué dices que no importa?

– Porque no tiene importancia que yo sea o no lesbiana, en este caso lo soy, pero aunque no lo fuera, podría entender perfectamente cómo se siente alguien a quien su familia da la espalda. Quiero decirle a Laura que lo que realmente tiene que valorar es su felicidad, si realmente quiere a esa chica, tiene que olvidarse de todo lo demás, aunque sus padres se opongan.

– ¿Has pasado por una situación similar?

– Sí y entiendo lo dolida que puede sentirse, pero creo que lo que debería intentar es ser coherente con lo que piensa, con sus sentimientos y que por lo tanto debería plantar cara a sus padres intentar hacerles entender que ella siente de otra manera. Seguro que a la larga lo sabrán entender.

– ¿Tú lo hiciste?

– Sí, pero de eso ya hace mucho.

– ¿Te pasó lo mismo con tus padres?

– Me pasó algo similar con mi familia pero te aseguro que el tiempo lo pone todo en su sitio.

– ¿Y cuál es la situación ahora?

– ¿Ahora? Sólo te diré una cosa, acabo de romper con Lucía, mi pareja y ¿qué ha hecho? Se ha ido a pasar el fin de semana con mis padres a Florencia, es que ellos viven allí, ¿sabes? ¿Qué quieres que te diga? Pues que al final, la vida sigue y que a los padres lo único que les preocupa es que sus hijos sean felices. Es así de fácil.

La conversación continúa unos minutos más y a su fin Olga la despide. Pide de nuevo música. Canta Simone “Procuro Olvidarte”. Olga se ha quedado clavada en su silla con la cabeza oculta entre las manos para que nadie se dé cuenta aquella llamada la ha dejado tocada. Permanece cabizbaja durante un rato, fingiendo que busca algún escrito adecuado para el momento. Siente que se recupera. Las palabras de Orellana son para Laura pero sabe que también son para ella. Dos historias separadas por el tiempo pero similares, porque la historia de Laura es su historia, porque el presente de Laura es el pasado de Olga.

El programa se apaga a las 3 de la madrugada. Un taxi la lleva a su casa en la zona alta de Barcelona. En el recibidor se quita los zapatos y recorre el pasillo para entrar en la cocina y prepararse una taza de leche con café con unas galletas. Luego se limpia los dientes y se desmaquilla sigilosamente. Comprueba el sueño de su hija desde la puerta de la habitación procurando no despertarla. Después entra en su dormitorio y se desnuda. Su marido se despierta, como siempre cuando ella llega y como siempre le hace la misma pregunta:

– ¿Bien el programa?

Olga le susurra:

– Bien. Anda duerme que es tarde.

Y él se da la vuelta y continúa durmiendo. Olga se desviste y se mete en la cama. Las palabras de Orellana vuelven una y otra vez a su cabeza. Hubiera querido responderle que se equivocaba, que no todos los padres desean la felicidad de sus hijos.

Continuará

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