La cuestión de ser infieles es probablemente el mayor problema o amenaza que puede vivir una relación. Nos referimos, naturalmente, a una relación «clásica». Monogámica y esas cosas. Hoy no hablaremos de relaciones abiertas o planteamientos liberales en general. Queremos hablar precisamente de las relaciones clásicas porque es bastante probable que escondan algo de fondo. En concreto, con la cuestión de la infidelidad se pueden sacar muchas lecturas distintas. Particularmente me resulta interesante analizar en qué casos la infidelidad es considerada como una traición y en cuáles se lo toma con más laxitud. Esto nos ayudará a entender cuál puede ser (en parte) el imaginario de la infidelidad en general.

Infieles: ¿cuestión de estatus?

Lo primero que debemos preguntarnos es si la infidelidad es vista igual en todos los estratos sociales. Sospecho que no. En primer lugar, en las clases bajas ser infiel es un acto más amenazador. En muchas ocasiones, en las parejas consolidadas (que es de las que ahora hablamos) que, por ejemplo, comparten vivienda y sólo pueden vivir una con el sueldo de la otra, ser infieles es de hecho una putada más seria. Esto se debe a que la unión de dos lesbianas en dichos casos no pasa sólo porque estén enamoradas. Pasa también porque comparten obligaciones. 

Bajo ese punto de vista se debería concluir que las lesbianas «más humildes» son más fieles. Sin embargo, no tiene por qué. Aquí no queremos esclarecer si la infidelidad es propia de un grupo social o de otro: está presente en todos. Lo que pretendemos es saber qué ocurre en cada uno y qué significa la infidelidad en cada caso. Aunque el acto sea el mismo su lectura no es igual. Desde luego, tener una situación económica holgada hace que entendamos de otra forma las relaciones. Jamás va a preocupar igual una ruptura a una persona que necesitaba de la otra para sobrevivir que a otra que estaba con aquella simplemente por «amor«. Digamos que el romanticismo en muchas ocasiones es algo carísimo de mantener.

La cuestión de la emancipación de la mujer también es aquí muy importante.

Un factor clave: la promiscuidad

Igual que en el factor del estatus, en el de la promiscuidad no vamos a situarlo en una clase social concreta. Promiscuas hay en todos los grupos. Sin embargo, de nuevo, la promiscuidad no es vista de la misma forma. Aquí digamos que sí puede jugar a nuestro favor la orientación sexual. Por ejemplo, en muchas ocasiones (sobre todo en relaciones heterosexuales) las parejas se forman por afinidad social. Es algo muy frecuente que las clases pecunariamente superiores se junten por compartir clase social. O al menos, por compartir el ideario propio de una clase social concreta.

Para ellos en muchas ocasiones encontrar pareja es una cuestión de ingenierIa social y gestión de patrimonio. Desde este punto de vista, hay un propósito en dichas parejas heterosexuales. Un propósito que hace más importante la pareja en el caso de mantenerse fieles o menos importante la infidelidad en el caso de mantenerse unidos. Es decir, la infidelidad es gestionada en función de cuánto compense seguir con la otra persona, pero en ese caso ES UNA OPCIÓN. Digamos que se relativiza. En muchas ocasiones en las parejas más humildes dicha opción no existe. También es muy interesante ver cómo la infidelidad es tomada peor si sucede con alguien del mismo sexo.

El factor «familia unida» también se tiene muy en cuenta. En ese sentido, las lesbianas consentimos menos la infidelidad porque en muchas ocasiones no arrastramos todos los prejuicios que suele arrastrar una relación heterosexual. Sin embargo, como ya hemos dicho esto no es ni mucho menos una ciencia.

 

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